La comisión directiva, conforme al estatuto del gremio de los recolectores, designó al hijo menor de Mauricio Saillen en el cargo de Pro Secretario General y detentará el poder formal hasta las elecciones internas de 2022.
A mediados de mayo, el histórico referente de los recolectores de residuos de la provincia, Mauricio Saillen, solicitó al juez federal Ricardo Bustos Fierro que restablezca su derecho de ejercicio sindical, mientras se sustancia su proceso penal por graves delitos de corrupción. El magistrado se negó y fraguó el lento regreso que el poderoso referente había iniciado, ahora, desde la cabina de un camión del Coys, como empleado.
Saillen y su socio político, Pascual Catrambone, deberán esperar la concreción del juicio para tener certezas sobre su futuro. Lo cierto es que el trabajo que venían haciendo sus hijos para sostener el poder real (y el mito) necesitarían de una mayor legitimidad. Conforme corren los meses, puede instalarse la versión de que los jefes cuentan con escasas posibilidades de terminar los mandatos el 11 de octubre de 2022 y pedir la normalización del sindicato
Para prevenir, la comisión directiva -compuesta de leales a la familia Saillen- formalizaron a Juan Saillen, el menor de la familia, como el responsable del Surrbac. “Desde la cuna, Mauricio me inculcó que jamás se debe entregar a un compañero y mucho menos un derecho adquirido por la lucha de las familias trabajadoras. Hoy, y por estatuto, la Comisión Directiva me encomienda ocupar el cargo de Pro Secretario General de nuestra institución madre que es el Surrbac”, escribió en las redes.
“Agradezco la confianza y les aseguro que a diario redoblaré esfuerzos para estar a la altura de las circunstancias, trabajando incansablemente por y para todos y cada uno de ustedes compañeros y sus familias”, continuó e introdujo un nuevo concepto a la épica del clan: “Y quédense tranquilos, que trabajo únicamente con el manual de Julio Mauricio Saillen, que es el compañero que ha cambiado la historia de esta institución devolviéndonos la dignidad y representándonos con lealtad y convicción porque ustedes compañeros así lo decidieron”.
La designación de Saillen junior al frente del sindicato no modifica la práctica diaria de la organización que hoy representa a más de 4 000 mil trabajadores, sino que confirma que el presente judicial del hombre que se le plantó al camionero Hugo Moyano hace 18 años sigue complicado y con tiempos que no son los de la política.
La bendición formal de la comisión directiva al heredero lo posiciona como uno de los sucesores naturales para la elección interna del año que viene. Juan Saillen, como se había expuesto desde estas páginas, era la clave del “plan fénix” del clan de la recolección de residuos de la ciudad.
Con Saillen padre ejerciendo presencia simbólica, el ejercicio del poder real recayó en sus hijos, Franco y Juan Saillen. Este último, en especial, se encargó de trabar acuerdos basados en el diálogo con la gestión municipal de Martín Llaryora, primero, por una necesidad de cobertura ante la incertidumbre que abrió la detención de su padre y la intervención del sindicato y la mutual; después, porque en este trabajo colaborativo encontraron la forma de mostrar gestión sin plata. Toda una novedad para la conducción del Surrbac acostumbrada a brindar millonarias fiestas a sus afiliados y hacer gala del superávit de recursos. Con las cuentas embargadas, aprovecharon las herramientas que les ofreció el peronismo municipal.
No sufrieron recortes salariales como si tuvo el Suoem, pero aceptaron reforzar la carga laboral en el Coys. Victoria Flores amplió las prestaciones casi con el mismo presupuesto, aunque se autorizaron 120 efectivizaciones y se contrataron nuevos agentes en un número similar (estos datos los proporciona el propio Mauricio Saillen en sus redes). También, la paritaria de los recolectores fue más ventajosa (acaban de cerrar un 46% como adelantó este medio) y, antes, el Surrbac aceptó que una parte de los salarios se puedan cargar en la Tarjeta Activa. La adhesión de un gremio grande sirvió de incentivo para que otros se sumen, tal como pretendía Llaryora.
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