Por Daniel Muchnik
En estos tiempos dominados por el "Me too" y las luchas de las mujeres para igualar sus sueldos al nivel de los hombres, pese a que algunas ocupen posiciones relevantes en las empresas donde trabajan, casi la totalidad de las trabajadoras se sienten marginadas. Sus derechos, afirman, están tirados en un rincón sin intervención del Estado y se sienten atropelladas y maltratadas. Y sus salarios por debajo de los hombres.
Si bien el "Me too" entró en maniobras exageradas y en denuncias por doquier, permitió a los sociólogos diagnosticar que por ese camino de extremo feminismo, que incluía el "no me toques", "no me mires", "no me digas cosas que me ofenden ni me elogies en privado" terminarían apartando a los hombres.
Hace ya mucho tiempo que las mujeres se pusieron de pie y reclaman en todo el mundo, sin exclusiones. La lucha por el voto femenino en el universo anglosajón demandó décadas y cárcel. En la Argentina se logró recién en 1947, firmado por Perón, quien revalidó así una ley sancionada antes por el Congreso Nacional. El récord, sin embargo, lo obtuvo Uruguay, en 1927, donde la mujer emitió el voto por primera vez en Sudamérica. Durante la Segunda Guerra Mundial ocuparon el lugar de los hombres que estaban en combate y los abastecían de bombas, aviones, tanques y armamento. Después de aquello, a partir del momento en que Estados Unidos terminó con una crisis de arrastre más desocupación a lo largo de la década del treinta, las mujeres norteamericanas exigieron más derechos y adoptaron más decisiones políticas y económicas.
Esta problemática, la de la mujer postergada, ha sido trasladada al ámbito gremial, precisamente a un sitio cuestionado por la sociedad que considera los sindicatos como centros de corrupción a gran escala.
A pesar de que en 2002 fue sancionada la ley del cupo femenino número 25674, la misma que define la necesaria participación de las mujeres en los gremios no se cumple. Por su parte, la Auditoría General de la Nación, que surgió a la vida pública con la reforma de la Constitución en 1993, ha señalado en una investigación que esa norma no se lleva adelante mientras al oficialismo no le importa. A esa conclusión llegaron después de evaluar la gestión de la Dirección Nacional de Asociaciones Sindicales (DNAS), que depende del Ministerio de Trabajo, entre el año 2015 y el tercer trimestre del 2016.
La ley contempla la participación femenina en dos estamentos, en la proporcionalidad de delegadas en las negociaciones colectivas de las condiciones laborales y en los estamentos directivos de los gremios. Establece que el porcentaje femenino será como mínimo del 30 por ciento.
Para el Ministerio de Trabajo se justifica todo el reclamo al aludir al derecho a la "autonomía sindical". Pero ese el límite. Más allá no pasa nada. No se ocupa del cumplimiento de la ley que estamos comentando. Y cuando del costado de la conducción de un gremio se oponen resistencias al "cupo femenino", el Ministerio solo presencia porque no se ocupa de las impugnaciones de las mujeres.
Aunque la ley no fija sanciones, el Ministerio dispone de la atribución de declarar la ineficacia jurídica de la elección de autoridades e intimida al sindicato a convocar a una nueva elección.
Es la historia de siempre pero esta vez impacta sobremanera en un sector del poder —los sindicatos— que no manifiesta ningún interés en llevar adelante la distribución de cargos a mujeres. Con ello manchan más la imagen de injusticia, capricho y corrupción (enriquecimientos inexplicables de varios de los dirigentes) que envuelve a los sindicatos desde hace años. Hay sindicalistas que crían caballos de carrera, otros que manipulan financieramente en el país y en el exterior los fondos que extrajeron de cada gremio.
En importantes sectores de la producción hay mujeres que aspiran a alzar la voz y exigir lo que les corresponde. No las dejan. Le dan la espalda al pasado. Porque hasta fines de la década del treinta el anarquismo sindicalista (Forja) igualaba a las mujeres con los hombres. Lo mismo hicieron los de izquierda en los gremios donde participaban. Hoy aparecen, sin embargo, en los gremios docentes. Los únicos cuya voz es tenida en cuenta.
Si se hace un recuento, han sido los líderes varones sindicalistas los mismos que se sobreponían a los funcionarios y hacían temblar a los dueños de cada administración de gobierno. Augusto Timoteo Vandor, Lorenzo Miguel, Saúl Ubaldini, personajes fuertes, supieron asumirse como elementos de presión o de equilibrio en los tiempos que vivieron. Vandor intentó reemplazar como caudillo al mismo Perón. Lo asesinaron. Lorenzo Miguel organizó la protesta, en tiempos de Isabel Perón, contra el "rodrigazo" y fue aquella manifestación la misma que se transformó en el detonante para que José López Rega, jefe de los asesinos de la Triple A, se fugara del país con el título de embajador itinerante. Saúl Ubaldini insistió en hacer huelgas contra Raúl Alfonsín, llenando de nubarrones el destino del país durante seis años. Por su lado, Hugo Moyano, cercado por la Justicia, con un montón de ilícitos en su haber, solo le otorgó un sillón a su mujer, que es su mano derecha en el gremio de camioneros. No representa solamente a los que conducen el medio de transporte, también abarca numerosas y variadas actividades logísticas vinculadas con la vida cotidiana, como los que recogen la basura de los contenedores.
Ya es hora de que llegue la modernidad al sindicalismo argentino. Tanto en el ámbito del trabajo como en el de la política las representantes femeninas muestran fuerza y coraje. Solo ocurre que la ley del cupo femenino no se cumple y el Gobierno no hace nada para efectivizarla con vigilancia estricta. Es lo que debería, para ser justos.
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