Javier Milei arrancó su gestión con guiños de buena voluntad hacia el sindicalismo que se convirtieron en actos de guerra, pero en la batalla hay datos que dejan desacomodada a la Secretaría de Trabajo. Paritarias sin tope, una práctica casi inédita.
Por: Ricardo Carpena.
¿Quién perdió más en la pelea entre el Gobierno y la CGT? ¿Qué hubiera pasado si Javier Milei hubiera sostenido los lazos que tendió hacia el sindicalismo para moderar la reforma laboral? ¿Hubo una intención expresa de la Casa Rosada de buscar el enfrentamiento con la dirigencia gremial? Hay muchos interrogantes de difícil respuesta en estas horas en las que el oficialismo quedó encerrado (o se encerró a sí mismo) en un laberinto en el que va tapando cada una de las posibles salidas.
La necesidad de respuestas se acrecienta cuando se aproxima la definición de la CGT acerca de cómo y cuándo será la próxima etapa del plan de lucha contra Milei: esta semana finalmente podría reunirse la cúpula cegetista para debatir si avanza con un paro general en marzo, como les gustaría a los combativos y a los kirchneristas, o si mantienen la indefinición a la espera de una eventual convocatoria al diálogo por parte del Presidente, como apuesta el ala dialoguista. Cualquier decisión que tomen signará la relación entre el Gobierno y la central obrera en los próximos cuatro años.
Por lo pronto, el conflicto parece haberle sentado mejor al sindicalismo. Si bien una buena parte de los argentinos le reprochan a la CGT haber sido más intolerante con el recién estrenado gobierno de Milei que con el de Alberto Fernández, a quien le concedió cuatro largos años de pasividad pese a los pésimos resultados de la economía, la pelea con el Presidente le permitió al sindicalismo poner en suspenso sus clásicas diferencias para enfrentarse al enemigo libertario y, de paso, reconciliarse con segmentos de la sociedad de los que parecía divorciado, como la clase media, sectores de la cultura o el “progresismo” que se ubican entre los perjudicados por algunas medidas de la Casa Rosada.
La CGT pasó de la inacción de cuatro años de Alberto Fernández a la hiperactividad en 50 días de gobierno de Javier Milei
Aunque gracias a Milei un neokirchnerista como Pablo Moyano (Camioneros) terminó abrazado a un ex dialoguista como Héctor Daer (Sanidad) y los dos, más cerca de la ortodoxia peronista, encontraron coincidencias con el trotskismo, los piqueteros duros o las dos CTA (archienemigos tradicionales de la CGT), esas mismas alianzas tácticas que se dieron en el camino al antimileísmo están causando crujidos en la estructura cegetista entre algunos dirigentes que miran con recelo a esos flamantes aliados.
Lo expresó con honestidad brutal el líder de La Fraternidad, Omar Maturano: “La CGT está compuesta por gremios confederados. Eso de amontonarnos con todos, con la CTA, con el Partido Obrero, con los movimientos sociales, Grabois incluido, yo no tengo onda con eso”, dijo en un tono crítico.
La reforma laboral, aun limitada y sin dañar el núcleo del poder sindical, quedó empantanada por los fallos de los jueces del Trabajo que le dieron la razón a los planteos de la CGT. La determinación de la Sala de Feria de la Cámara del Trabajo de que el capítulo laboral del DNU 70 es inconstitucional estaba escrita en las estrellas: se sabe que el fuero laboral es muy permeable a las posturas del gremialismo. Milei lo podría haber evitado si hubiera mantenido las promesas que le hizo Guillermo Francos a la CGT en los contactos secretos para negociar la reforma laboral. El Presidente le dio poder a un técnico duro y nada político como Federico Sturzenegger para la última revisión del DNU. La conclusión: los cambios laborales se radicalizaron a espaldas de Francos y la CGT se enteró tarde de ese viraje.
Armando Cavalieri y Sandra Pettovello
Por eso la central obrera reaccionó casi con despecho cuando se enteró de que el DNU decía lo contrario de lo que le habían asegurado en forma reservada. Así se gestó el paro general más rápido de la historia. Milei apartó a Francos del diálogo con la CGT y autorizó a que en su lugar lo hiciera Omar Yasín, el secretario de Trabajo, quien junto con su segundo, Horacio Pitrau, desplegó una jugada astuta para dividir al sindicalismo y debilitarlo ante el primer paro contra el Gobierno: lograron el inesperado acercamiento del jefe del Sindicato de Comercio, Armando Cavalieri, a cargo del gremio más numeroso del país, con 1.200.000 afiliados, urgido por resolver dos problemas.
Por un lado, el jefe de Comercio necesita recuperar los miles de puestos de trabajo perdidos durante la pandemia y encontró que el DNU le permitía avanzar con los empresarios en la instrumentación de un nuevo sistema indemnizatorio, al estilo del Fondo de Cese Laboral de la UOCRA, que ayudaba al sector patronal a crear empleo. Por otro, debió hablar con los funcionarios de Trabajo porque el DNU (en versión Sturzenegger) le puso límites a las cuotas solidarias, un sistema adicional de recaudación sindical a través de los convenios colectivos, ya que estableció que podían cobrarse sólo si había un “consentimiento explícito” de los trabajadores. La clave de ese recurso de financiamiento de los sindicatos es justamente que una vez que se pacta con los empresarios en los convenios se descuenta un porcentaje de los salarios a todos los trabajadores de una actividad, sean afiliados o no.
Tras alertar que ese cambio en las cuotas solidarias iba a llevar a “la quiebra” a su sindicato, Cavalieri se reunió con la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello,m para plantear su reclamo sobre las cuotas solidarias y obtuvo la promesa oficial de una solución a su reclamo. En rigor, le dijeron que, a pedido de él, podía emitirse un dictamen de interpretación para que siguiera cobrando sin cambios las cuotas solidarias. La misma fórmula debían adoptar todos los sindicalistas para poner a salvo ese circuito millonario de aportes. Era la herramienta secreta del Gobierno para acercarlos a su redil.
El economista Federico Sturzenegger, el gurú de Javier Milei para desregular la economía y romper con la CGT (Foto EFE/EPA)EFE
La foto de Pettovello y Cavalieri causó impacto en todos los rincones del mundo laboral. En la CGT bramaron contra el dirigente mercantil porque privilegió a su sindicato en medio de las definiciones sobre el paro. Y en el ala dura del Gobierno le apuntó a Pettovello y Yasín por una maniobra negociadora sobre una cláusula del DNU que Sturzenegger no estaba dispuesto a negociar.
La ministra necesitaba que alguien pagara el costo político de esa jugada y así fue despedido Pitrau, el funcionario laboral con más experiencia en la gestión (fue secretario de Trabajo de Jorge Triaca en el gobierno de Cambiemos) y con mejor llegada a los distintos sectores sindicales. Yasín lo aceptó, pero terminó debilitado y con poco margen de maniobra: lo descubrió cuando quiso designar en lugar de Pitrau a Mariana Hortal, quien ya se estaba desempeñando como subsecretaria de Seguridad Social.
Pero la abogada nunca fue confirmada en el cargo: Pettovello se enojó cuando apareció en los medios una vinculación entre Hortal y Jorge Triaca. Esa relación no era secreta: lo asesoró cuando fue diputado del PRO y, como figura en su perfil en Linkedin, ella integra desde 2018 la consultora Eficci, dirigida por Clarisa Locisano, esposa del ex ministro (y fueron socias en un estudio jurídico entre 2004 y 2011). Por ese mismo motivo al comienzo del gobierno de Milei fueron vetadas dos candidatas a funcionarias laborales, Karina Palacios y Mercedes Gadea, con experiencia en la gestión, pero el “pecado” de haberlo hecho con Triaca. Curiosamente, Yasín también trabajó con el ex ministro de Trabajo de Cambiemos: fue director del Servicio de Conciliación Laboral Obligatoria (SECLO).
Omar Yasin, Jorge Triaca y Horacio Pitrau
Sin un gabinete completo y condicionado por el “caso Pitrau”, el secretario de Trabajo bajó su perfil hasta hacerse casi invisible para no irritar a Pettovello y al ala dura del Gobierno. Para colmo, el desplazamiento de Guillermo Ferraro del Ministerio de Infraestructura sirvió para que los funcionarios se atrincheren en sus puestos sin hablar ni en off the record y tratando de pasar inadvertidos. No es lo que muchos esperaban en una etapa de alta conflictividad sindical y datos de la economía que aún son negativos, donde la lógica indica que el responsable de las relaciones laborales se convierte en una pieza clave para negociar una tregua o evitar que la guerra se extreme a todo o nada.
El principal mérito de la Secretaría de Trabajo pasa, sugestivamente, por no intervenir en el desarrollo de las paritarias para condicionarlas a través de topes salariales ni período de vigencia sugeridos. Por eso las negociaciones para compensar la inflación ya se tradujeron en acuerdos mensuales y de montos que superan la inflación futura que prevé el Ministerio de Economía. Es un dato inédito: en todos los gobiernos, incluso los no peronistas, siempre hubo una pauta salarial que evitaba desbordes que causaran el alza de la inflación. “Las paritarias son lo más liberal de un gobierno que no lo parece tanto en otras áreas”, reflexionó ante Infobae un empresario que negocia paritarias desde los 80.
Milei arrancó con guiños de buena voluntad hacia el sindicalismo que se convirtieron en actos de guerra. Y ahora, además de haber quedado degradada en su tradicional jerarquía ministerial, la Secretaría de Trabajo está sufriendo las secuelas de una zigzagueante política ante los gremios. Son algunos de los motivos por los cuales el Gobierno parece haber perdido más que la CGT en la pelea sin cuartel que sostienen desde el 10 de diciembre y cuyo final, hasta el momento, se torna impredecible.
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