La unidad surgirá por la voluntad de los dirigentes, pero no debemos unirnos para conformar a alguien”. Palabras más, palabras menos, ese es el eje del discurso que tiene previsto brindar Hugo Moyano durante la Semana Social que, entre el viernes y el domingo próximos, organizará la Iglesia en Mar del Plata.
En el mismo panelestarán sus rivales de las otras cuatro centrales obreras y por eso la fotografía de los máximos líderes gremiales tendrá un valor más simbólico que concreto: la unificación sindical sigue estando muy lejos, pese a los esfuerzos eclesiásticos.
Más allá de los deseos del papa Francisco de que produzca el milagro de la fusión cegetista, cada dirigente hace su juego y, aunque algunos amagan con dejar su puesto como muestra de buena voluntad, se sabe que en el diccionario del sindicalismo peronista no figura la palabra “renuncia”. De por sí, Moyano y Luis Barrionuevo, su actual socio, pretenden que el ultrakirchnerista Antonio Caló defina si mantendrá su apoyo ciego al Gobierno antes de hablar de la unificación. Lo que temen muchos es que el encuentro marplatense agudice las diferencias en vez de resolverlas.
Todo indica que el escenario de fragmentación sindical perpetua llegó para quedarse, por más que el peronismo resuelva quién será el gran candidato a heredar el sillón de Cristina Kirchner. Lo que está faltando, entre tantas cosas, es un proyecto que le permita a la dirigencia gremial salir de la desgastante pelea coyuntural, que es lo que mantiene en una larga siesta a la CGT Balcarce y atrapada sin salida a las CGT opositoras.
Moyano, Barrionuevo, Roberto Fernández y Omar Maturano ya hablaron de un nuevo paro general de 24 horas para julio o agosto, pero ¿sirve realmente la estrategia de endurecerse cuando no precipita ningún cambio político o socioeconómico? La huelga del 10 de abril fue potente, aunque su efecto se diluyó en la medida en que Cristina Kirchner lo asimiló con los reflejos de una esfinge de piedra.
En un panorama de semejante atomización, y ante los duros indicios de crisis socioeconómica, podría pensarse que la única que saca partido de este escenario es la izquierda sindical. Pero no es exactamente así. Un ejemplo reciente fue la paritaria de la Alimentación. El 35% de aumento más un bono navideño de 1.500 pesos, para colmo pactados el mismo día de incertidumbre en que estallaba el conflicto con los “fondos buitre”, fue uno de los mejores acuerdos del año. Y el rédito quedó en manos de la “burocracia” de Luis Morán y Rodolfo Daer y desacomodó a la izquierda, que ahora trata de quitarles méritos al atribuir la mejora sólo a la lucha del sector combativo.
Desde la óptica “revolucionaria”, es una pesadilla que el sindicalismo de siempre obtenga un logro. Se presenta aquí lo que podría explicarse como el “teorema de Moyano”: cuanto mayores sean las conquistas logradas por la dirigencia tradicional, más reducidas serán las chances de que crezca la izquierda sindical.
Es la que explica que en el gremio de camioneros, con excelentes sueldos y condiciones de trabajo, no haya ninguna oposición roja (del trotskismo, no de Independiente).
Sin apelar explícitamente a aquella lógica, ese dilema fue el telón de fondo del congreso anual que finalizó ayer del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), la agrupación de izquierda que más avances tuvo en comisiones internas y cuerpos de delegados en los últimos años: cómo seguir creciendo en las filas del movimiento obrero en medio de la recomposición del peronismo de 2015 y mientras se mantienen las fuertes diferencias con el Partido Obrero (PO) en el plano sindical.
Lo que resolvió en el encuentro del PTS es proponer a los sectores combativos un acto en el Luna Park para que nazca una gran fuerza clasista, aun con el Nuevo MAS y el “Perro” Santillán, resistidos por el PO. Pero hay problemas políticos e incluso personales. Los muchachos de Jorge Altamira no se opondrían a la idea, pero advierten que primero quieren discutir un programa.
Mientras, algunos gremios con paritarias trabadas encaran la nueva oleada de conflictividad. Los camioneros se reúnen pasado mañana con los empresarios por un 40%, pero los paros sorpresivosafectarían hoy mismo la reposición de dinero en los cajeros automáticos.
Los trabajadores de clínicas y sanatorios privados, afiliados a Sanidad, están en alerta por la negativa empresarial a conceder un 29,8% más un adicional del 3%. Los docentes universitarios, con la presión de un gremio como AGD en manos del PO, pararán dentro de 48 horas. Y todo indica que no se reanudarán las clases en la provincia de Buenos Aires luego de las vacaciones de invierno: los sindicatos se quejan del incumplimiento de algunas cláusulas pactadas con la gobernación.
Algunos problemas no son sólo salariales. Está a punto de lanzarse una agrupación de sindicatos de Luz y Fuerza del interior, liderados por Guillermo Moser, de Mercedes, que buscará quedarse con el control de la federación (en manos de Julio Ieraci, con problemas de salud) en las elecciones de octubre próximo.
Los rebeldes se enfrentarán al tradicional polo de poder que capitaneaba el fallecido Oscar Lescano desde Capital y que heredó Rafael Mancuso. Un proceso similar se perfila en Comercio.
Ese es un fenómeno sindical nuevo: liderazgos vitalicios que caen o se rediscuten. Es cierto que sucede, y a cuentagotas, por inexorables razones biológicas más que políticas, pero la perpetuidad, créase o no, ya no parece ser una marca registrada del sindicalismo argentino.
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